Mariano Di Paola lleva más de cuatro décadas escuchando el lenguaje secreto de la vid. A sus 43 vendimias, el enólogo que transformó el vino argentino sigue convencido de que la excelencia no se alcanza: se persigue cada año. “El mejor vino es el de la próxima cosecha”, repite con una calma que solo tienen quienes han aprendido a dialogar con la tierra.
Desde 1994, Mariano Di Paola dirige la enología de Rutini Wines, una de las bodegas más emblemáticas de Mendoza. Bajo su liderazgo, la marca se convirtió en sinónimo de calidad y sofisticación. Pero detrás del brillo de las etiquetas y los premios internacionales, se esconde un hombre que todavía se emociona al ver entrar el primer racimo a la bodega.
“Empezamos a pensar en la vendimia siguiente el día que entra el último racimo de esta”, dice con una sonrisa.
El artesano detrás del vino argentino moderno
Nacido en Palmira, en el corazón mendocino, el famoso enólogo creció entre viñedos. De niño, el aroma de la uva fermentando le resultaba tan familiar como el pan recién horneado. Con el tiempo, esa curiosidad se convirtió en vocación, y la vocación en una carrera marcada por la constancia y la búsqueda del detalle.
Su nombre empezó a sonar fuerte en los años ochenta, cuando los vinos argentinos comenzaban a reinventarse. En una industria acostumbrada al volumen, él apostó por la calidad. “Hay que mirar la uva como si fuera una persona —ha dicho más de una vez—. Cada racimo tiene su carácter, su historia, su momento”.
Esa mirada artesanal lo llevó a ser considerado uno de los mejores enólogos del mundo, reconocido por guías internacionales y colegas que lo describen como un “relojero del vino”: alguien capaz de ensamblar tiempo, técnica y pasión en cada botella.
Rutini y el desafío de innovar sin perder el alma
Cuando Di Paola asumió la dirección enológica de Rutini Wines, la bodega vivía un proceso de transición. El desafío era enorme: modernizar sin romper la tradición. Tres décadas después, la apuesta dio resultado.
Bajo su mando, Rutini amplió su catálogo con líneas como Apartado, Single Vineyard y Encuentro, explorando nuevos varietales y terroirs sin perder su identidad.
“El vino tiene que emocionar”, suele decir. “Podemos innovar en tecnología, pero el alma debe seguir siendo artesanal”, señala el reconocido enólogo.
Ese equilibrio entre innovación y autenticidad es, para él, la clave del éxito. “No se puede defraudar al consumidor. Si una botella lleva nuestro nombre, tiene que llevar también nuestra historia”.
Hoy, la bodega de Tupungato, en el Valle de Uco, es un referente de la viticultura de precisión. Sin embargo, Di Paola evita hablar de logros personales. Prefiere hablar de su equipo, de las manos que podan, cosechan y fermentan. “El vino no lo hace un enólogo solo —dice—. Lo hace una familia de gente apasionada”.
El vino, un arte que se reinventa cada año
“El mejor vino es el de la próxima cosecha” no es una frase para él, sino una forma de vida.
Cada vendimia lo enfrenta a un nuevo desafío: el clima, la maduración, la paciencia.
En su mirada, el vino nunca se repite; cada año escribe su propia historia en el barril.
Para Di Paola, el vino es una conversación entre el tiempo y el hombre. “Lo que cambia no es solo la uva, sino nosotros. Aprendemos a leer mejor lo que la tierra quiere decir” dice el enólogo.
A pesar de los reconocimientos —como el título de Winemaker of the Year otorgado por la guía Descorchados—, él evita las complacencias. “No hay recetas —dice—. Cada año empieza de cero, con las botas llenas de tierra y el corazón lleno de esperanza”.
Su filosofía de “mirar hacia adelante” inspira a nuevas generaciones de enólogos. Los jóvenes que trabajan con él aprenden que el vino no se fabrica: se interpreta. Y que la perfección, como la madurez, nunca llega del todo, pero siempre se busca.
El futuro del vino argentino según Mariano Di Paola
Con más de 40 años de experiencia, Di Paola ha visto transformarse la cultura del vino argentino.
De las viejas damajuanas al auge de los vinos premium, de los consumidores masivos a los curiosos que preguntan por terroirs y barricas francesas.
“Hoy el público es exigente, y eso nos obliga a ser mejores —asegura—. Ya no alcanza con hacer buen vino; hay que contarle al mundo quiénes somos”.
El cambio climático, reconoce, es otro gran reto. “Hay años duros, con calor o con heladas inesperadas. Pero eso también nos enseña a adaptarnos, a ser humildes frente a la naturaleza”.
Optimista, ve en las nuevas generaciones una oportunidad: “Veo jóvenes que estudian, viajan, prueban, comparan. Eso le da futuro al vino argentino. No hay progreso sin curiosidad”.
Para él, el camino es claro: seguir aprendiendo. No mirar atrás, sino hacia la próxima copa.
El vino como espejo del alma
Hablar con Mariano Di Paola es descubrir que detrás de cada botella hay algo más que técnica: hay emoción, tiempo y una forma de mirar el mundo.
Su relato está lleno de pausas, de silencios que huelen a barrica y madera húmeda. En cada palabra se percibe la paciencia de quien entiende que la perfección no existe, pero que vale la pena perseguirla.
“Uno se puede enamorar de un vino como de una persona”, confiesa. “A veces es el aroma, otras la textura, o simplemente un momento compartido. Pero lo importante es que te conmueva”.
Su legado no está solo en los premios ni en las etiquetas, sino en su manera de entender el oficio: con respeto, humildad y una pasión intacta.
“El vino, como la vida, se disfruta más cuando se comparte.”
Y mientras en la bodega los toneles descansan a oscuras, Di Paola ya imagina el aroma del próximo mosto.
Porque en su mundo, el futuro siempre huele a vendimia.
Esta nota fue publicada por Teresa Navarro Ortega en noticiasdelvino.com
El enólogo que cambió el vino argentino sin dejar de ensuciarse las botas en cada vendimia