
Por Gabriela Malizia
Editora de El Triunfo de Baco
Perdidos en la vorágine cotidiana, aferrados a los vaivenes de la economía y la política, quejándonos de todo, siempre insatisfechos, los mendocinos (y me incluyo) perdemos de vista lo mucho que tenemos para agradecer.
Dicen que el desierto es el origen de toda vida; y bien pues en este suelo se puede apreciar cómo el lugar que parece más árido, más difícil, más carente, una de las plantas más milagrosas del mundo, la vid, se da con alegre facilidad.
Ya se apagaron los fuegos de artificio de la Vendimia, cesaron los ruidosos encuentros de Carnaval, la cosecha (adelantada) está a punto de terminar en varios de los Oasis, y las bodegas se afanan en elaborar los vinos nuevos.
En las noticias, continúo viendo las mismas diatribas de cada año en torno al precio de la uva; sigo leyendo estadísticas sobre la caída del consumo, me entero de más y más productores que abandonan sus fincas, veo barrios privados avanzar sin piedad sobre viñedos arrancados… y siento tristeza. Tal vez sea yo una nostálgica, pero nunca olvido los años en que empecé a escribir sobre vinos, allá por principios del 2000: época pujante, de incesante flujo de inversiones; en ese tiempo la industria renacía y se renovaba, se respiraban la pasión y las ganas de explorar las potencialidades del terruño.
Tal vez sea también una utópica irremediable, pero creo que la situación actual de caída de consumo de vino se puede revertir. Pienso que la crisis es, como indica el significado chino de la palabra, un peligro y también una oportunidad. Para aprovechar la segunda acepción del término, es necesario que las viejas formas se derrumben, a fin de ayudar al nacimiento de lo nuevo.
Desde mi humilde perspectiva, urge salir de las recetas rancias; hemos intelectualizado demasiado una bebida que, en la antigüedad se utilizaba para dar rienda suelta a la alegría, los instintos y las emociones. Miren a los jóvenes, no toman vino, toman agua y van a fiestas electrónicas donde consumen drogas de diseño; no son legales, pero eso no parece importar demasiado. Para el vino, condena y castigo, tolerancia 0, impuestos distorsivos, desvalorización. Ah eso sí, en el discurso, bebida nacional.
Sueño con una democratización del vino; que la Arístides Villanueva (en Mendoza) y todas las avenidas donde hay marcha nocturna estén llenas de puestitos de vino; que la copa de vino de buena calidad sea accesible en cada restaurante del país; que el vino llegue a los museos, a los velorios, a los cumpleaños, a las fiestas en espacios públicos, a los shows de rock y de cumbia por igual; que el vino de calidad deje de ser tan snob, caro e inaccesible para la mayoría. Que haya más apoyo estatal, pero también más entusiasmo por parte del sector privado.
Que se rompan las divisiones, que nunca nadie más diga “no sé de vinos” y que por eso se aleje. Y sobre todo que esta noble bebida recobre el lugar que le corresponde.
En lo personal, tengo mucho que agradecerle al vino; amigos, afectos, trabajo, viajes, mundo, cultura, aromas, sabores, momentos preciosos. Así que de mí no esperen desesperanza o discursos agrios.
Si quieren dejar comentarios o ideas que aporten debajo de esta nota que no pretende más que ser una reflexión, son bienvenidos.
¡Salud y Feliz Vendimia para todos.!